Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas
Empezaremos diciendo que este libro es un magnífico ejemplo de lo aburrido que puede llegar a ser escribir un texto de 321 páginas a partir de un artículo de literatura científica (y además incluyendo chistes machistas). Sobre todo si no compartes la opinión de los autores. La obra que hoy nos ocupa está escrita por el matrimonio Pease, que según pone en la contraportada, “han utilizado un amplio abanico de investigaciones, conversaciones, creencias y escenas diarias para escribir este libro”. Pues es una pena que no les hayan servido de nada todas estas cosas, porque en nuestra redacción no han dado (casi) ni una.
Después de leer el libro se nos queda un sabor un tanto amargo. Entre otras cosas porque según el test de la página 78 y siguientes, Reina de los Mares debería ser un fortachón con barba, pero, aparte de un poco de bigote, todo lo demás sugiere que es una dama. Empecemos por el título: pretende hacernos creer que somos tan diferentes como aseguran los que se empeñan en justificar la diferencia de salario entre hombres y mujeres. Pero, ¿tienen razón?
Cuando hayamos leído dos de los once capítulos del libro nos daremos cuenta de que ya podemos dejar de leer si queremos: el quid de la cuestión se revela en las dos primeras páginas y el resto es repetir hasta la saciedad con ejemplos ridículos del tipo: “cuando Pepito va a una fiesta se fija en que las rubias son más tontas”. ¿Ah, sí? ¿Y qué pasa, que Pepito es Einstein?
Viene a decir algo así como que todo eso de que ambos sexos somos opuestos es debido a que los hombres cazadores de hace unos 12.000 años (estamos hablando del mesolítico) necesitaban mucha fuerza para derribar a la pieza. Por eso nosotras, pobres mantenidas, que nos quedábamos en casa cuidando a nuestros retoños (y que, aunque no lo pone en el libro, éramos las que recolectábamos las plantas y frutas que servían de comida casi siempre, porque no cazaban todos los días, ejem, ejem) somos cariñosas y además somos muy, muy habladoras y nos gustan los colores brillantes (sí, como a las urracas) y a nuestros hombres no se les da nada bien combinar camisa con pantalones porque ven “menos” colores.
También dicen cosas más lógicas, como que nuestras hormonas juegan un papel determinante en la diferenciación cerebral (guau, cinco años de carrera y resulta que lo puedes aprender en un libro de bolsillo). No hace falta que diga, que discrepamos con estos autores. Básicamente darles la razón es como pensar que doce signos zodiacales definen a 7.000 millones de personas.
Lo que somos o no somos depende de nuestro sexo, por supuesto, como también depende de lo que está escrito en los otros 22 cromosomas y en todo lo que vivimos día a día. ¿Quién es el mismo a los diez años que a los veinte? En la vida dos y dos, no tienen por qué sumar cuatro.
domingo, 3 de abril de 2011
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